No ha podido ser más oportuno que Hermes, la revista de pensamiento de Sabino Arana Fundazioa, dedique su último número a un monográfico sobre Xabier Arzalluz Antia, coincidiendo con el quinto aniversario de la muerte del gigante político nacido en Azkoitia. Como tienen constancia los lectores de esta columna, más allá de la efeméride, el otro día traje a colación su figura como ejemplo de persecución por tierra, mar y aire de lo que él mismo bautizó como Brunete mediática, embrión de lo que al cabo de los años se ha dado en llamar fachosfera, como si en el fondo, no estuviéramos hablando del mismo fenómeno. La diferencia con el hoy gimiente Pedro Sánchez es que al presidente del EBB del PNV en dos periodos críticos de su historia jamás le dio por presentarse como víctima de nada y, mucho menos, con amagar con dimitir si no recibía el amor incondicional de sus acólitos. Al contrario. Bien sabe cualquiera que lo conociera que tenía muy claro que una parte de la responsabilidad que llevaba sobre sus espaldas era no ser bien querido. Incluso en su casa.

A los cándidos y virginales que ahora descubren que hay bulos infectos, acosos y derribos de ciertas cabeceras y montajes judiciales les recomiendo vivamente la monumental biografía de Arzalluz que escribió, después de decenas de horas de conversación con él, mi muy querido y añorado Javier Ortiz. Se titula Así fue y ni de lejos es la clásica colección de autojustificaciones edulcoradas. Hay fragmentos en los que el protagonista no queda bien y otros en los que manifiesta sinceramente que tal vez pudo haber actuado mejor. Pero, de cara al asunto que nos ocupa, me quedo con una frase que, veinte años después de haber sido pronunciada, desenmascara a tanto adanista que hoy parece haber descubierto el mecanismo del sonajero: “Ahora hay veces que la Audiencia Nacional me recuerda al Tribunal de Orden Público. Es una vergüenza”. Tal cual.