Dentro de un mes y un día, Pedro Sánchez cumplirá seis años durmiendo en el famoso colchón de Moncloa que fue lo primero que cambió al instalarse de pura carambola en el palacio gubernamental. Si atienden a los mensajes de la propia moción de censura que lo elevó donde nadie soñaba, comprobarán que el más repetido en varias versiones era el que aludía a la imperiosa necesidad de emprender un proceso de regeneración radical.

Media docena de calendarios después, resulta que la gran promesa del presidente del Gobierno español tras salir de su hibernación peronista y anunciar que sigue porque el pueblo le quiere a rabiar es, miren ustedes, aplicarse a la tarea de regenerar y regenerar hasta dejarse los higadillos en el intento. Todo, sin anunciar una puñetera medida concreta, factible y respetuosa con la legislación vigente y/o los derechos básicos.

Sí, anoto eso último porque, estando inquebrantablemente de acuerdo en que hay que poner coto a la difusión de bulos, me temo que las propuestas para hacerlo vuelven a basarse en el prejuicio ideológico. Barra libre para nuestras mentiras y palo y tentetieso a las informaciones, incluso verdaderas, que nos supongan una incomodidad.

Sánchez va tarde

Y en cuanto a la anunciada lucha contra el lawfare, me debato entre enternecerme o cabrearme. De verdad que manda muchos bemoles escuchar a Sánchez declarándose víctima de la instrumentalización de la Justicia con fines partidistas. No porque no lo haya sido, aunque ahora mismo no tengo conciencia de ningún caso.

Más que nada, porque ese retorcimiento de las actuaciones togadas lleva instalada en el sistema legaloide español desde hace un puñado de decenios.

Más grave: ni el ahora quejoso presidente ni el partido que lidera han hecho nada por evitarlo. Más bien, al contrario. Igual como gobierno que como oposición, el PSOE se ha servido de lo que ahora denuncia como arma contra los enemigos políticos. En Euskal Herria y Catalunya (apenas anteayer) sabemos bastante bien de lo que hablamos. Quizá la credibilidad de los buenos propósitos de Sánchez debería empezar pidiendo perdón. Pero no va a ser.