El aire del medievo cubre Fribugo, donde la ciudad se cose con sus innumerables fuentes bautizadas con nombres bíblicos. El río de la vida discurre entre construcciones que lo embellecen aunque lo encapsulan. Las fuentes, lugares de encuentro, de recuerdos que chapotean, recibieron el descorche feliz de Dorian Godon.

Al francés, que fue cuarto en el prólogo que inauguró el Tour de Romandía, le copió la coreografía de la victoria, el puño en alto, su compañero, Vendrame, que le impulsó en el esprint, dominado por el dúo del Decathlon con enorme solvencia.

Nadie se acercó a ellos. Fue una celebración íntima, en pareja. Cena para dos con champán, el paladar de la gloria. Victoria y liderato para Godon. La algarabía del Decathlon, que suma once laureles en la campaña, entre paisajes bucólicos y pastoriles, ricos y ordenados, donde la vida es el costumbrismo del lápiz que descansa sobre la oreja de un contable riguroso que ajusta los asientos contables.

El pelotón dispone de varios de esos hombres que calculan. En realidad es una sociedad de calculadoras. Media docena de dorsales trataron de romper los cálculos y acabar con ese inercia que alimentan los días sin estridencias. Masnada, Hollmann, Gamper, García Pierna, Herregodts y Rosskopf entablaron la conversación de la fuga, que creció lo que quiso el gran grupo.

Sobre la rampa adoquinada de Lorette, bajo la mirad de su capilla, el traqueteo incentivó a Jan Christen. El movimiento del suizo resultó molesto. Zarandeó al resto que bamboleaba los hombros meciendo la bici. Carapaz se encoló a Christen.

El suizo no es Pogacar en La Redoute aunque compartan equipo. David Gaudu también se subió a ese espasmo. El intento tuvo el recorrido de un escalofrío. Se quedó en suspenso como una voluta de humo que flota hasta que desaparece en un acto bello y fugaz.

Alex Aranburu, séptimo

La fuga aún respiraba ciertas expectativas entre campos verde y pasajes serenos que abrazaba un cielo ceniciento, a modo de bóveda de las granjas y los bosques. Arconciel era la frontera. El ser o no ser. Los fugados fueron embolsados entre los fogonazos de Alaphilippe, las piernas nerviosas, del que busca reivindicarse.

El doble campeón del Mundo, camuflado en el anonimato de las postales sepias, activó el mecano del esprint, donde quiso subrayarse Alex Aranburu, otra vez cerca, pero no lo suficiente. Finalizó en séptimo lugar.

Para el de Ezkio cada carrera es una aproximación a los mejores días, que se diluyen como lágrimas en la lluvia. Después de la fractura de clavícula que le quebró el ritmo al comienzo de curso, Aranburu está adquiriendo el compás. Se mostró en la Itzulia y en Romandía no se esconde.

Tampoco lo hizo Godon, demasiado evidente su superioridad en el esprint. Protegido por Vendrame agarró el amarillo a la espera de la crono que abre el debate entre los favoritos en un jornada sin sobresaltos, hasta que en Friburgo, en una ciudad repleta de fuentes, Godon emergió a borbotones.