Como aquel banderillero al que tantas veces cito y que llegó a gobernador civil del franquismo degenerando, Fernando Fernández Savater ha arribado a la lista del PP para las próximas elecciones europeas tras un proceso de deterioro vital e intelectual digno de tesis de Ciencias Veterinarias. Es verdad que solo para cerrar la candidatura simbólicamente, porque el enorme vividor ya tiene el condumio y los vicios resueltos y no está a estas alturas (jamás lo estuvo, qué carajo) para currar ni medio poquito en Bruselas y/o Estrasburgo, pero el solo hecho de haber prestado su nombre es toda una declaración de principios. Es decir, de falta de principios de un tipo con una trayectoria ideológica que ha sido una vergonzante autoenmienda a la totalidad de sí mismo, siempre a mayor gloria de su ego con elefantiasis, que ha sido el motor único de su vida y de su obra.

Además de sus incendiarios artículos en Egin, cargando contra la “transición falsificada”, guardo en mi memoria unas palabras del simpático caradura que encontré buceando en los archivos de la radio pública vasca cuando me encargaron una pieza ya no recuerdo por qué aniversario. “Indudablemente, yo me reconozco en la izquierda abertzale”, cacareaba el pájaro de cuentas que, al andar de los años, sería punta de lanza de las feroces acometidas del españolismo cañí contra el pacto de Lizarra, amén de celestino del beso con lengua en el Kursaal entre Mayor Oreja y Redondo Terreros en abril de 2001 en la fallida batalla por desalojar a Juan José Ibarretxe de Ajuria Enea. Después de sumarse a la horda de malos perdedores que ladraron por las esquinas que los vascos no sabíamos votar, el fulano nos regaló una confesión de parte que lo retrata como el pendejo que es: “Yo me he divertido mucho luchando contra ETA”, se descogorció de la risa en una entrevista. Y este es el tipo que cierra la plancha europea del PP.