Fue el mío durante la mayor parte de mi vida. En algún momento en la adolescencia temprana me entró vergüenza y no se me quitó hasta hace relativamente pocos años y con un esfuerzo importante para sacármela de encima. Llegué a suspender el único examen oral de la carrera, que después aprobaría en recuperación, ya por escrito, con un notable. Fracasé estrepitosamente presentando proyectos, en reuniones de diversos tipos y desarrollé eso que se conoce como glosofobia, o sea, miedo a hablar en público.

Hablar en público puede transformar a una persona y permite a cualquiera que posea esta habilidad influir en su audiencia, inspirar cambios y liderar iniciativas

Pero la fuerza del destino hizo que mi vida laboral llevara unos derroteros que exigían que tuviera que hablar en público cada cierto tiempo.

Así, hace 12 años, harta de mi propia frustración, busqué formarme y sacudirme el miedo. No me costó encontrar formación, puesto que en Vitoria-Gasteiz existía (y sigue existiendo) un Club de oratoria. Me costó más asumir que si quería quitarme el miedo debería dar más de mí misma y forzarme a enfrentarme a diferentes audiencias. Buscando una analogía musical: sin saber tocar el piano, yo puedo aprender una canción si la ensayo mucho, pero si quiero poder tocar cualquier melodía, debo aprender a tocar el instrumento y no únicamente la canción.

En el mundo de 2024 la información es abundante. A veces incluso demasiado. El conocimiento está al alcance de un par de clics y la capacidad de comunicar de forma efectiva ideas complejas de forma clara y persuasiva es más importante que nunca. Hablar en público siempre ha sido un superpoder. Los grandes oradores de la Historia han llegado a nuestros días: desde Aristóteles y Catilina hasta Churchill, la Pasionaria, Thatcher u Obama. Todos les conocemos.

Hablar en público puede transformar a una persona y permite a cualquiera que posea esta habilidad influir en su audiencia, inspirar cambios y liderar iniciativas.

Hablar bien en público es relativamente sencillo. Lo es porque todos tenemos cosas que decir en algún momento. Y esa es la esencia de comunicar.

Sin embargo, no basta solo con no tener miedo a decir cosas ante otras personas. Para hablar bien en público debemos pensar en nuestra audiencia.

El Poder de la persuasión y la Influencia

¿Cómo hacíamos en la adolescencia cuando queríamos que nuestros padres nos subieran un poco la paga semanal? Pasábamos semanas cavilando cómo hacerlo: esgrimiendo razones por las que deberían subírnosla, listando posibles respuestas por la otra parte para poder argumentar una respuesta adecuada para cada una, buscando el mejor momento y a la mejor persona (ama o aita) para pedirlo. Seguramente cuando llegaba, por fin, el momento de hablar, costaba menos de lo que habíamos calculado en nuestra imaginación.

Y es que la elocuencia es solo una parte de hablar en público. El resto son la estrategia y la preparación.

Cristina Juesas presentando TEDxVitoriaGasteiz en 2022 Mr.Q

Entonces, ¿cuáles son los elementos clave para dominar el arte de hablar en público?

Vamos por puntos:

1. Claridad y concisión

Es esencial ser claros y directos. Un mensaje que no se entiende es un mensaje que no tiene impacto. ¿Qué queremos decir? En nuestra mente puede estar meridiano, pero lo importante es que podamos resumir esa idea central en una única frase. Esto lo debemos tener cristalino, ya buscaremos la mejor forma de decirlo. Si queremos decir muchas cosas, mejor ir de una en una. Quizá hasta en diferentes conversaciones.

2. Empatía y conexión emocional

¿A quién se lo tenemos que contar? ¿A nuestra familia? ¿A nuestros compañeros de trabajo? ¿A una gran audiencia? Comprender y conectar con la audiencia es importantísimo. La empatía nos va a permitir ajustar el mensaje y el tono para conectar más con quien nos tiene que escuchar. Los profesionales trabajamos con unas fichas que se llaman “audiencia persona” y le ponemos cara y nombre a las personas que potencialmente nos van a escuchar para poder empatizar mejor con ellas.

3. Pasión y autenticidad

La pasión es contagiosa, como la risa. Si a nosotros mismos no nos apasiona el tema del que va a hablar difícilmente podremos conseguir que los demás se apasionen también por él. Un orador apasionado y auténtico puede motivar a la audiencia a creer y actuar en base a su mensaje. No hay más que mirar a esas personas que mencionaba al principio de este artículo. Nos gustarán más o menos o serán cercanas ideológicamente o no, pero a todas ellas les reconocemos su capacidad para mover y convencer a los demás.

Hablar en público es útil en cualquier situación. No pensemos solamente en entornos laborales o familiares. Pensemos también en esas reuniones de la comunidad de vecinos o en las veces que hemos querido reclamar algo y no lo hemos hecho.

Un mensaje que no se entiende es un mensaje que no tiene impacto

Es el momento de liberar nuestro yo verdadero, el que habita dentro de cada uno de nosotros. Busca oportunidades para tomar la palabra, encuentra un club de oratoria o de debate, apúntate a un taller de oratoria o de teatro y empieza a hacer tus pinitos ya. Mañana es tarde.

Como dice mi amiga Juanita Wheeler, organizadora de TEDxBrisbane, en Australia, “las malas presentaciones son el cementerio de las buenas ideas”. Pensar, organizar, buscar la conexión y trabajar para expresarse con pasión. Ni más ni menos. Ni menos ni más.

Cristina Juesas es consultora de comunicación. Contacte con ella en hola@cristinajuesas.es.